Puede dar miedo.
Es oscuro y angosto como la mirada de un ciego
roto
como el hierro oxidado de una memoria gastada,
sin uso.
Se siente dentro
y el gato que escucha tosco
sobre la hierba
se estanca y procrea.
A veces duele.
Cansa mucho.
Pero se dilatan los límites del tiempo
cuando sucede.
Y es el mejor lugar para sufrir
el hueco
que queda en el ego del eco
de tu voz.
Luego descansas.
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