jueves, 21 de noviembre de 2013

Guerrero griego

                        en su reencuentro con Lisístrata

Es que a un festín no ha sido acaso
convidado mi mirto?
¡Lo siento cosquillear
de pistilos a corola!
Y tú, Heracles, por qué no miras
bajo mi túnica lo que traigo.
Estás tardando tanto tiempo!
Sé bueno, hazme resplandecer
con tu príapo de mandril.

Heme ahí! Quien ha escuchado
este exhorto en celo. Era yo
simple mortal
de carne blanda.
¿Cómo aventurarme por esa huerta
con tanto cuidado cuidada?
¿Cómo sin ser descubierta mi debilidad
por el ovillo de inteligencia?
Opto por negociar.

Oh! dulce flor
deja por ahora que te deleite
sólo con estas deliciosas naranjas
que traigo colgando del lino,
no quieras agotar
mi fuerza de un solo golpe.
Ven, charlemos
antes de lo que estoy pasando
en esa maldita guerra.

Acariciando las naranjas,
me mira y escucha.
Y yo le digo que no voy
más a luchar en ella,
que me parece bien
que nos hagan vasallos.
Que voy a rendirme de una vez, por Zeus!
Entonces exclama: oh!
y retira las manos.

Quién defenderá
nuestra tierra ahora?
Y si vinieran esos abusadores?
– Yo sabía que haría esto,
mostrarse inerme,
mi amapola del Peloponeso.
Ni me inmuto. –
Le digo yo también
estoy asustado.

Y saco el arma definitiva: lloro.
Ahí me dice de repente en griego antiguo
si soy un capullo, yo, o qué
y me golpea la cabeza.
Esto me devuelve a la realidad
– Heracles se parece
bastante a mí,
pero las mujeres que conozco
no en todas sus partes se parecen a esta. –

Y sigue si haces eso
nuestra relación no tiene futuro,
no sería económicamente rentable,
no te das cuenta?
Y sí, lo he pensado detenidamente.
No es sólo mi problema.
No tengo que solventarlo sólo yo.
Por eso me quedo callado
con el plátano blando, dormido.

[Por si alguien quiere leer Lisístrata, les dejo un enlace:

Lisístrata, Aristófanes]

domingo, 10 de noviembre de 2013

Repartidora de cartas

Sugerí a la repartidora de cartas
quieres pasar a tomar un café,
esa persona no soy yo
no conozco a ninguna Juana
pero sí, la dirección es correcta
¿quieres pasar a tomar un café?

Tenía los brazos pecosos al aire,
una sonrisa seca entre labios carnosos,
me sorprendió que aceptara.
Quizá mejor decir que me dejó sujeto
al propio palo de mi osadía.
Me pasan estas cosas cuando oso.

Dentro en la cocina me comentó
soy nueva en el oficio, la verdad
prefiero las cartas a las comunicaciones
bancarias, pero reparto
pocas últimamente,
a veces las direcciones vienen equivocadas.

Le dije te pareces a mi cuñado
que se imagina en un colegio inglés
de rígida norma, bebiendo de noche
en el cuarto, escribiendo poemas contra
y pintando muros, pintadas groseras,
esta visión romántica nos va a matar, ¿no crees?

Le quité el sostén sólo
del hombro izquierdo.
Mis dedos pasearon por sus pecas diminutas
un instante canicas juguetonas,
se excusó firme tengo que seguir.
Tomé el café solo y con poca azúcar.

Había algo en su voz
ahora ya nadie escribe cartas,
un tópico de hembra acariciadora
que rompió el cuadrado de mi mirada
redonda perdida. Hice las camas
con ese hervor en el bajo vientre

que formaba parte del pasado.