A las tres de la noche, me desperté y no volví a dormirme.
Había soñado durante treinta y cinco minutos con que el despertador se metería
en mi sueño y sonaría el teléfono durante esos interminables treinta y cinco
minutos en que estuve durmiendo. A las tres de la noche, ya digo, me desperté. Y
no volví a dormir. Me dio tiempo de leer el prospecto una y mil veces, buscando
entre líneas el motivo de mi insomnio. No decía nada.
Al final, volví a meterme dentro de mi mente cuando amanecía,
sobre las siete y media. No pasaré otra noche igual. Porque lo peor es que yo
no puedo dormir cuando hay luz, me pongo en acción, necesito movimiento. Y la
veía a ella ahí, a mi mente, diciendo vaya noche me has dado y me entraban
ganas de matarla. Así que esta noche me acostaré sin ella, pienso quitármela
como los calzoncillos. Dejaré de soñar que me despierto.
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