Te contemplo –sin duda,
puedes creerlo, date o no por aludida,
yo te contemplo—. No pienses en si lo hago
yo te contemplo—. No pienses en si lo hago
por tu belleza; te pongas como te pongas
yo te la veo.
Tú me ves así, asido
a mi mirada –que es un asa de plomo
blanco de piedra un régimen—, y piensas
que estoy loco
o que estoy solo, pero no es así, no. Tú me acompañas
y yo soy tan feliz habitándote el gesto
o el ombligo.
Preparo
en ellos mis menús para el pánico;
los adorno con pajarillos de menta
y mientras –pío pío— me voy muriendo
pero sólo por esto: que estoy tan vivo
que no me queda otra que irme muriendo.
Mientras me queden ojos, tú no te vayas.
Cuando yo ya no esté, puedes besarme.
Cuando yo ya no esté, puedes besarme.
ResponderEliminarmagnifico, Ricardo, permíteme que lo comparta. Un abrazo.
Por supuesto, amigo. Otro
ResponderEliminarAsí que cocinero, ahora. Preparas menús en gestos y ombligos habitados. Efectivamente, debes empezar a morirte, estás demasiado vivo.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Eres un genio, amigo Amando. Un abrazo
ResponderEliminarMe ha encantado la intimidad simple del amor que hay en tu poema, a estas alturas es difícil hacer (bajo mi modesta opinión) un poema que no se repita en la categoría...mariposas en el estómago. Un gusto leerlo. Unb abrazo.
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