habitación en que los dioses han conseguido iluminar tu
cuerpo,
de loba, de feroces mamas, de mirada animal.
Y si me preguntan
diré que fueron huesudas, tus manos, quienes capturaron mi
atención.
Nada de la luz arenosa que arde
en la loma interior de tu muslo.
Ni de la llama de mi voz rozándola, adorándola.
Si me preguntan
les diré que los dedos de tu pie,
flexión genial desde la que salto como si fuera un hombre
mucho más atarzanado,
fueron la horquilla que escogí
para caer aquí, sobre la alfombra.
fueron la horquilla que escogí
para caer aquí, sobre la alfombra.
No que fui devorado
ni que tu undosa cabellera.
No mentaré tus afilados dientes.
Ni que si enfocaba los ojos tan sólo en tu gesto se diría
que amenazabas felina mi integridad diminuta.
Diré que fuimos cachorros
o que tengo rostro de niño.
Que toqué en la puerta del criadero
de tus piernas cercano al monte bajo
tus pechos montaña, y me diste alegría porque te di mi fe.
Y así amenacen con devolverme a tierra.
O con dejar que pase otros siete días más en esta celestial
penumbra.
Así me adviertan de mi mal pronóstico.
Fueran cuales fueran las intenciones de los dioses, amada
Galatea,
me quedo en esta habitación de ensueño.
Que alguien ose más tarde quitarme lo bailado
por las inmediaciones de tu ombligo,
entre las ondas suaves de tu carne aromática,
bajo tu vientre mitológico
que cobra vida en esta prisión terrena y frágil.
que cobra vida en esta prisión terrena y frágil.