lunes, 14 de enero de 2013

Recordar cosas (2)

Me acuerdo de Roma caliente y del tesoro tras la esquina, de la mujer que me regaló romero. Intenso, floreado, algo picante. A buen seguro era romero.

Me acuerdo de la masa de las pizzas, casi un pan. Y de Asís, casi piedra.

Me acuerdo de las ciudades de piedra, del delirio de la piedra. O tal vez del deseo. Me acuerdo de las piedras. Suelen estarse quietas.

Me acuerdo de la piedra que se movió, una vez. La golpeé por accidente y rodó anhelante hasta fracturar la guitarra de un amigo. Habíamos fumado algo. Luego fuimos a nadar. En el fondo del mar reposaban cientos de erizos. El mar era transparente.

Me acuerdo de que me besaste cuando no era transparente. Te sorprendió que rechazara el beso. Luego ya no fuiste transparente tú. Te encontré casualmente hace poco, lo recuerdo de pronto. Ahora sí te habría besado. Ahora sí te habría besado.

Me acuerdo de que anduve hacia una casa cuya habitación conocía, un dolor clavado en el pecho. No me acuerdo del dolor saliendo, hay cosas que no dejan marca. Llovía, era de noche, no supe luego cómo regresé. Los faros de los autos en la retina los recuerdo como si me rasgaran el alma, pero no recuerdo nada más.

Me acuerdo de la terraza del hotel en Tánger, de las carreras por los pasillos, de un conserje gigantesco que insistía, que nos metiéramos en las habitaciones. La luz de la ciudad era amarilla y espesa. Éramos cuatro y se nos pegó un quinto, un tipo extraño que se unió a la fiesta con la soltura de un junco. A primera hora de la mañana hubo cánticos religiosos. Me acuerdo del silencio de las estrellas.

Hay quien nos aseguraría el mundo si pudiera. La impostura anda con el culo fijado en los asientos y el abono adquirido de hace mucho, no parece dispuesta a abandonar la sala. Yo olvidé el deseo de que algo estuviera seguro mientras venía. Ahora la sala me parece abarrotada, no me interesa ser convidado de piedra en ningún evento.

Me acuerdo de que hay tantas estrellas en el cielo que ya no cabe casi ninguna más. Lo sé porque subí hasta las crestas altas. Exánime, anduve por las laderas tanto tiempo que creí que no alcanzaría las mejores vistas. Cuando llegué, quedaba poco hueco para mirar. Pero me pareció que no cabía casi ninguna más.

Si tuviéramos el mundo asegurado, sería inútil que olvidásemos nada. Al día siguiente, estaría todo allí otra vez. Recordar los modos de uso, seguramente, nos permitiría extraer el mejor partido, o todo el gozo. Es justo lo contrario de cuanto nos sucede ahora. Aprendes que la Verdad no existe y quizá por esto nada existe, eternamente. Nuestros recuerdos como fantasía. Sólo hay la certidumbre de que vendrá el azar.

Me acuerdo de que me prometí limpiar mis ojos de legañas cada mañana. Quise dejar en ellas las cosas sin sentido. Pero estoy tardando endiabladamente tanto en comprender el resto que a veces me olvido y salgo a la calle con legañas y todo. Recuerdo los días por los que he caminado así como un velo turbio, con intenso olor.

Floreado, algo picante.
Recuerdo que Roma caliente tiene tras la esquina una mujer que me regaló romero.

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