martes, 3 de julio de 2018

Alborada

Escribo en este parque
aventuras ajenas
de gente que conozco,
sin mirarme el ombligo.
Miro que se cuelgan
de las ramas sus nombres,
de las habitaciones
sus voces en silencio.
Más solo que una mosca,
admiro sus milagros.

Mas sé de cómo tienden
a deshacerse las tramas,
la vela de mis ojos,
los nudos que ilumina
el aire, las ánforas donde viven
y las arañas con que están tejidos.
Destrepo por realismo,
pues ni me vale el cántico
ni la imaginación me sirve
para llenarme. Muero otro poco.

Luego escribo en este parque
aventuras propias
de gente que no conozco
mirándome el ombligo.
Un barquero anhelante.
Un cazador de almas.
Una casa sin nombre.
Una escalera nueva.
En ella, las paredes
están limpias como la alborada.

Veo a mi niño que disputa
con una vieja por un móvil.
Me veo cambiado de sexo
porque la cabeza pesa más que los testículos.
Acaricio con mis manos
la mesa en donde reposa
el cuaderno, la virgen
en que engendro un nuevo dios.
Siempre es igual, el parque.
Está lleno de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pon tu voz