martes, 25 de marzo de 2014

Banquero

 Cabeza en permanente ebullición
llevaba cuando vino a verme el tipo.
Los bolsillos llevaba desarmados
y las alas quebradas de viento.
Preguntó por su caso, quería
conocer al detalle los puntos
y procesos del caso.
Lo dijo así, el caso, cual si no fuera el suyo.
Tuve que contestarle que se esperara un poco,
tantos los expedientes sobre la mesa estaban
que le expliqué:
mire, no puede hacerse más.
Él me miró con esa risa estúpida
que tienen los bocazas cuando van en la noria, ya me sabe
la larga experiencia en ferias y mercados.
No digo nada, del tipo, ya me sabe,
es sólo esta tendencia mía a clasificar.

Y entonces sucedió que me lanzó una coz
resuelta, el tipo, como si yo tuviera la culpa, no sé de qué
después de tantos años de servicio.
Aquí tengo la huella todavía, puede verla.
Igual que usted y yo
estamos aquí hablando ahora,
él me lanzó su coz, resuelta, con veneno
y yo caí sobre la mesa alborotándolo todo.
Vinieron vigilantes, ya sabe, se lo llevaron.
Él iba callado, se le veía más grande, como más tranquilo;
yo me pregunto aún cuál fue mi error.
Quisiera recibir unas lecciones
de gestión del desahucio y situaciones críticas;
si no, tendré que abandonar mi puesto.
Espero que comprenda, señor, esta solicitud.
Al fin y al cabo, el inmueble
no va a pasar a ser propiedad mía.

 ¿No soy su intermediario más valioso?

jueves, 6 de marzo de 2014

Felisberto Hernández

Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, no cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea l aplanta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas.  Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada.

  Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.

[Felisberto Hernández fue narrador uruguayo. Narrador donde hay pocos, en ese territorio en el que no solemos poner la mirada: bajo las polleras, entre las dimensiones del tiempo, en el tacto que no se toca, sobre los muebles que no tienen polvo por dentro. Recomiendo su lectura. Así, sin más, háganme caso.

El texto que transcribo en esta entrada se denomina Explicación falsa de mis cuentos. Aparece en letra cursiva en el original. Es el texto que abre Las hortensias, publicación de fecha que ahorita mismo desconozco. Yo manejo una edición de sus obras completas, volumen 2, cuidada por María Luisa Puga y publicada por Siglo veintiuno editores en 1983. No es la edición preferible, en lo material: sus portadas blandas se arrugan y el papel se aprovecha en demasía, siendo difícil encontrar el comienzo de cada narración; en lo filológico, quiero suponer que se trata de una edición fidedigna. Por lo que he podido saber, las narraciones de Felisberto Hernández, tal cual plantas salían de su cuerpo, con "aparentes" imprecisiones lingüísticas, fueron respetadas en las ediciones posteriores a las primeras. No podía ser de otra forma, porque lo aparente y lo esencial, en lo que este narrador nos contaba, están un poquitín confundidos. Así que a qué tocar la forma.

Es maravilloso.]