sábado, 1 de febrero de 2014

Concursante

En el programa número cuarenta, el concursante coge confianza
y alza un bostezo ante la cámara, que tiene que estirarse en toda su
                            extensión,
para poder captarlo.

El público en el plató,
distraído en la avalancha de melatonina,
profundiza hasta tocarle la pineal al concursante,
y nota en su obispillo una transformación cromática que más adelante
por desgracia desperdiciará.

Pero antes, ave, el espíritu despliega alas.
Lástima que se vea constreñido por el pequeño tamaño
de la glándula y tenga que recogerlas
para guarecerse del pánico
a la caída.
Se refugia en sus domicilios con temores y sensaciones de pequeñez.

Todos estos movimientos, capturados por el operador,
que mueve la cámara vertiginosamente y la estira y la encoge
con los cambios de dimensión que sufre el plató,
son vistos por los espectadores, en casa.
No notamos extrañeza.

Acostumbrados a la ficción en nuestra vigilia enjaulada,
cuando el programa termina, el concursante
ha desaparecido, llevándose con él hasta el día siguiente nuestra realidad.

2 comentarios:

  1. Coño, ya decía yo que había perdido algo, y no eran las gafas...
    Salud-os

    ResponderEliminar
  2. Me gusta el ambiente prolífico en circunstancias únicas, que se crea en el programa y el sentimiento de abandono que produce una vez se va.

    ResponderEliminar

Pon tu voz