Te contemplo –sin duda,
puedes creerlo, date o no por aludida,
yo te contemplo—. No pienses en si lo hago
yo te contemplo—. No pienses en si lo hago
por tu belleza; te pongas como te pongas
yo te la veo.
Tú me ves así, asido
a mi mirada –que es un asa de plomo
blanco de piedra un régimen—, y piensas
que estoy loco
o que estoy solo, pero no es así, no. Tú me acompañas
y yo soy tan feliz habitándote el gesto
o el ombligo.
Preparo
en ellos mis menús para el pánico;
los adorno con pajarillos de menta
y mientras –pío pío— me voy muriendo
pero sólo por esto: que estoy tan vivo
que no me queda otra que irme muriendo.
Mientras me queden ojos, tú no te vayas.
Cuando yo ya no esté, puedes besarme.