miércoles, 19 de febrero de 2014

No te vayas

 Te contemplo –sin duda,
puedes creerlo, date o no por aludida,
yo te contemplo—. No pienses en si lo hago
por tu belleza; te pongas como te pongas
yo te la veo.
                Tú me ves así, asido
a mi mirada –que es un asa de plomo
blanco de piedra un régimen—, y piensas
que estoy loco
o que estoy solo, pero no es así, no. Tú me acompañas
y yo soy tan feliz habitándote el gesto
o el ombligo. 
                 Preparo
en ellos mis menús para el pánico;
los adorno con pajarillos de menta
y mientras –pío pío— me voy muriendo
pero sólo por esto: que estoy tan vivo
que no me queda otra que irme muriendo.

 Mientras me queden ojos, tú no te vayas.
 Cuando yo ya no esté, puedes besarme.

sábado, 1 de febrero de 2014

Concursante

En el programa número cuarenta, el concursante coge confianza
y alza un bostezo ante la cámara, que tiene que estirarse en toda su
                            extensión,
para poder captarlo.

El público en el plató,
distraído en la avalancha de melatonina,
profundiza hasta tocarle la pineal al concursante,
y nota en su obispillo una transformación cromática que más adelante
por desgracia desperdiciará.

Pero antes, ave, el espíritu despliega alas.
Lástima que se vea constreñido por el pequeño tamaño
de la glándula y tenga que recogerlas
para guarecerse del pánico
a la caída.
Se refugia en sus domicilios con temores y sensaciones de pequeñez.

Todos estos movimientos, capturados por el operador,
que mueve la cámara vertiginosamente y la estira y la encoge
con los cambios de dimensión que sufre el plató,
son vistos por los espectadores, en casa.
No notamos extrañeza.

Acostumbrados a la ficción en nuestra vigilia enjaulada,
cuando el programa termina, el concursante
ha desaparecido, llevándose con él hasta el día siguiente nuestra realidad.