Enojadas un tanto, algunas odas
elevaron un grito agudo al cielo.
De arriba cayó un rayo
con forma de martillo
que las dejó aplastadas contra el
pavimento.
Se esparcieron sus rimas ya sin juicio a lo lejos.
Desde entonces -se dice- las odas no se enojan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Pon tu voz